¿Todos los abuelos de la Tierra hablarán con esos giros
tan extraños?
Esther Benaroya creció envuelta en ese español entreverado con palabras de otros mundos. El judeoespañol no fue
la lengua de sus estudios pero sí la que escuchó de sus padres y abuelos. Más adelante vino a hablarla lejos, «adonde arrapan al güerko: Meksiko? Meksiko era para mozotros,
en la karta, solo un payis ke de la banda izkyedra le enkolgava una lingua larga kon el nombre de la Basha Kalifornia».
Al poco tiempo de su llegada, Esther Benaroya, la abuela paterna, decide ir a Sears Roebuck, aquella tienda departamental abierta ante sus ojos alterados por la luz de neón.
Necesita comprar pasadores para aplacarse los rizos. Sube
las escaleras eléctricas con un temor que nadie parece distinguir. Se encamina al segundo piso y, muy segura de lo
que busca, aborda a una dependienta:
—Senyorita, kero merkar unas firketas para los kaveyos.
—¿Unas qué?
—Trokas, firketas.
La empleada no logra comprender.
Desde hace algunas semanas, aprendió la palabra chingada y luego chingadera pero ella prefiere el diminutivo: chingaderika. Así pues, se corrige:
—Kero unas chingaderikas, bre.
La empleada se sonroja y va disparada en busca del gerente. Esther Benaroya sale con un paquete de cartón lleno de pasadores con punta engomada. La hace feliz desesperar a la gente. Ya le han dicho que la palabra chingadera es una majadería en ese país, pero ella no se inmuta. Es su
forma de decir «agora avlo vuestro espanyol komo lo avlash
vosotros en la Espanya i en Meksiko». Unos se escandalizan,
otros la ignoran o se carcajean ante sus chifladuras.
Antes de llegar a México, sólo podía decir que era un país
lejano donde se usaban chapeos de charro y se comía picante en forma exagerada: «Dize el marido miyo ke los mushos le kedan kemando dospues de estas komidas de foegos».
Al desembarcar en estas tierras pensó por un momento
que todos los mexicanos eran de sangre judía. Todos hablaban español, esa lengua de los sefardíes de Turquía y de
Bulgaria. «Ama aki lo avlan malo, malo… No saven dezir
las kozas kon su muzika de orijín».
Myriam Moscona
Tela de sevoya, Acantilado, 2014
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