Fotografía de Herr_Mueller - The Good Life #1

Un autorretrato de Suzanne Fabry

 


Suzanne Fabry (Bruselas, 1904 - 1985)  - Self Portrait, 1932




(Gandalf's Gallery, Flickr)



Louis Anquetin - Mujer a la orilla del agua

 


Louis Anquetin (1861-1932) - Femme au bord de l'eau, 1889.




Octavio Paz - Disparo

 

DISPARO

Salta la palabra
adelante del pensamiento
adelante del sonido
la palabra salta como un caballo
adelante del viento
como un novillo de azufre
adelante de la noche
se pierde por las calles de mi cráneo
en todas partes las huellas de la fiera
en la cara del árbol el tatuaje escarlata
en la frente del torreón el tatuaje de hielo
en el sexo de la iglesia el tatuaje eléctrico
sus uñas en tu cuello
sus patas en tu vientre
la señal violeta
el tornasol que gira hasta el blanco
hasta el grito hasta el basta
el girasol que gira como un ay desollado
la firma del sin nombre a lo largo de tu piel
en todas partes el grito que ciega
la oleada negra que cubre el pensamiento
la campana furiosa que tañe en mi frente
la campana de sangre en mi pecho
la imagen que ríe en lo alto de la torre
la palabra que revienta las palabras
la imagen que incendia todos los puentes
la desaparecida en mitad del abrazo
la vagabunda que asesina a los niños
la idiota la mentirosa la incestuosa
la corza perseguida
la mendiga profética
la muchacha que en mitad de la vida
me despierta y me dice acuérdate

Octavio Paz




Bianca Jagger, por Richard Avedon (1972)

 






Mário Cravo Neto - Luciana

 


© Mário Cravo Neto, Luciana, 1994.




Osip Mandelstam - «Leer sólo libros infantiles...»

 

Leer sólo libros infantiles,
Acariciar sólo pensamientos incautos,
Disipar todo lo que huele a solemne,
Sublevarse contra la honda tristeza.

Yo estoy mortalmente cansado de la vida,
No admito nada de ella,
Pero aun así amo esta pobre tierra
Porque no conozco otra.

De niño, en un jardín remoto, solía mecerme
Sobre un columpio de madera sencilla,
Y recuerdo los altos y oscuros abetos
En medio del delirio brumoso.

Osip Mandelstam



El instante maravilloso - Poesía rusa del siglo XX. Selección, traducción, introducción y notas de Jorge Bustamante García. Universidad Nacional Autónoma de México, 2014, primera reimpresión de la primera edición, 2004. 




Caesar Boëtius van Everdingen - Joven con gran sombrero

 



Caesar Boëtius van Everdingen (Alkmaar, c. 1616/1617-1678) - Mädchen mit einem großen Hut 

 

 


Un cuervo de Yaroslav Gerzhedovich

 



Yaroslav Gerzhedovich - Raven (book illustration) tempera on paper & processing! 2004




Lope de Vega - «¡Tanto mañana, y nunca ser mañana!…»

 

¡Tanto mañana, y nunca ser mañana!
Amor se ha vuelto cuervo, o se me antoja.
¿En qué región el sol su carro aloja
desta imposible aurora tramontana?

Sígueme inútil la esperanza vana,
como nave zorrera o mula coja,
porque no me tratara Barbarroja
de la manera que me tratas, Juana.

Juntos Amor y yo buscando vamos
esta mañana. ¡Oh dulces desvaríos!
Siempre mañana, y nunca mañanamos.

Pues si vencer no puedo tus desvíos,
sáquente cuervos destos verdes ramos
los ojos. Pero no, ¡que son los míos!

Lope de Vega



Cesário Verde - «De tarde»

 

DE TARDE

Naquele pique-nique de burguesas,
Houve uma coisa simplesmente bela,
E que, sem ter história nem grandezas,
Em todo o caso dava uma aguarela.

Foi quando tu, descendo do burrico,
Foste colher, sem imposturas tolas,
A um granzoal azul de grão-de-bico
Um ramalhete rubro de papoulas.

Pouco depois, em cima duns penhascos,
Nós acampámos, inda o Sol se via;
E houve talhadas de melão, damascos,
E pão-de-ló molhado em malvasia.

Mas, todo púrpuro a sair da renda
Dos teus dois seios como duas rolas,
Era o supremo encanto da merenda
O ramalhete rubro das papoulas!


Cesário Verde

1887

Una fotografía de Gary Isaac

 


Gary Isaac - oklahoma : you think you know and you never do 8/12/07




Peter Lorre y Gustaf Gründgens en 'M'

 



Fritz Lang, M - Eine Stadt sucht einen Mörder, 1931.

(M - Una ciudad busca a un asesino)




Miguel Hernández - Eterna sombra

 

ETERNA SOMBRA

Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.

Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha.
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.

Miguel Hernández



Uno de los últimos poemas escritos por Miguel Hernández. Hoy, 28 de marzo, se cumplen ochenta años de su fallecimiento en la cárcel de Alicante. 



Retrato de Miguel Hernández por Buero Vallejo

 


Para Miguel Hernández, en recuerdo de nuestra amistad de la cárcel.

Antonio Buero

25-I-XL



Umberto Saba - Mujer

 

MUJER

Cuando eras
jovencita incordiabas
como una mancha en la corbata. Hasta el pie
te servía de arma, so salvaje.

Y qué difícil eras de atrapar.
                                              Todavía
eres joven. Todavía eres guapa. Las huellas
de los años (aquellos años del dolor) unen
hoy nuestras almas, las convierten en una. Y,
tras el pelo negrísimo que ahora
se me enreda en los dedos, ya no temo tu blanca,
pequeña, aguda oreja de diablillo.

Umberto Saba



Versión de Víctor Botas en Segunda mano (1982)




DONNA

Quand'eri
giovinetta pungevi
come una mora di macchia. Anche il piede
t'era un'arma, o selvaggia.

Eri difficile a prendere.
                                      Ancora
giovane, ancora
sei bella. I segni
degli anni, quelli del dolore, legano
l'anime nostre, una ne fanno. E dietro
i capelli nerissimi che avvolgo
alle mie dita, più non temo il piccolo
bianco puntuto orecchio demoniaco.




Una fotografía de El hacedor

 



El hacedor - Rome, May 2011




César Vallejo - «Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos...»

 

XXIII

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
pura yema infantil innumerable, madre.

Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente
mal plañidas, madre: tus mendigos.
Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto
y yo arrastrando todavía
una trenza por cada letra del abecedario.

En la sala de arriba nos repartías
de mañana, de tarde, de dual estiba,
aquellas ricas hostias de tiempo, para
que ahora nos sobrasen
cáscaras de relojes en flexión de las 24
en punto parados.

Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo
quedaría, en qué retoño capilar,
cierta migaja que hoy se me ata al cuello
y no quiere pasar. Hoy que hasta
tus puros huesos estarán harina
que no habrá en qué amasar
¡tierna dulcera de amor,
hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar
cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo
que inadvertido lábrase y pulula ¡tú lo viste tánto!
en las cerradas manos recién nacidas.

Tal la tierra oirá en tu silenciar,
cómo nos van cobrando todos
el alquiler del mundo donde nos dejas
y el valor de aquel pan inacabable.
Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros
pequeños entonces, como tú verías,
no se lo podíamos haber arrebatado
a nadie; cuando tú nos lo diste,
¿di, mamá?

César Vallejo


Trilce (1922)



Una fotografía de Benoit Paillé

 


Del canadiense Benoit Paillé - Iryna Solovey, Ukraine. Україна (Organisator of Woman 3000 in Ukraine - Організатор Жінка 3000 в Україні), 2010



Tres aforismos de Ángel de Frutos Salvador

 

Hablar por hallar.


Puede ser que así como fue no sea.


Tala palabras. Talla silencio.


Ángel de Frutos Salvador



Puentes en el desierto. Afuerismos, 2007.



Helene Schjerfbeck

 


Helene Schjerfbeck (1862 - 1923), pintora finlandesa: Picture Book [1917] 

[Christie’s, London - Charcoal, watercolour and gouache on buff paper, 26 x 38.2 cm] 


(Gandalf’s Gallery, Flickr)



Horacio - Dos versiones de «Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi...»

 

CARPE DIEM

Nunca trates, Leuconoe (sacrilegio es saberlo)
de averiguar el fin que nos tienen los dioses
reservado, ni sondees las cifras babilonias.
¡Cuánto mejor será pechar con todo lo que vaya a ocurrir!
Ya sea o no este invierno que al Tirreno
bate contra loas costas, el último que Júpiter
te deje, has de saber estar; bebe tus vinos
y modera esas largas esperanzas, ya que la
vida es corta. Mientras aquí charlamos vuela el tiempo
envidioso. Así que atrapa el día y no te fíes
ni un pelo del que viene

Horacio
(65-8 a.C.)


Versión de Víctor Botas en Segunda mano (1982)



Tempus Fugit, Pompei, 2009. Fotografía de Ginevra



No pretendas saber, pues no está permitido,
el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
nos tienen asignados los dioses,
ni consultes los números babilónicos.
Mejor será aceptar lo que venga,
ya sean muchos los inviernos que Júpiter
te conceda, o sea éste el último,
el que ahora hace que el mar Tirreno
rompa contra los opuestos cantiles.
No seas loca, filtra tus vinos
y adapta al breve espacio de tu vida
una esperanza larga.
Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
Vive el día de hoy. Captúralo.
No fíes del incierto mañana.

Versión de Luis Alberto de Cuenca y Manuel Alvar




Tu ne quaesieris (scire nefas) quem mihi,
quem tibi finem di dederint, Leuconoe,
nec Babylonios temptaris numeros.
Vt melius, quidquid erit, pati!
seu pluris hiemes, seu tribuit Iuppiter
ultimam, quae nunc oppositis debilitat
pumicibus mare Tyrrhenum: sapias,
uina liques et spatio breui
spem longam reseces. Dum loquimur,
fugerit inuida aetas: carpe diem,
quam minimum credula postero.




En Pompeya

 


Casa de  Lucius Caecilius Iucundus en Pompeya (fotógrafo no indicado)




Una fotografía de Laurent Demarny

 



Laurent Demarny, fotografía sin título (2018) 




Maribel Andrés Llamero - De los yugos

 

DE LOS YUGOS

Esta vida se les va llenando de vacíos.
Se han limpiado tantas veces de sangre
las almas y la boca, han resistido
la cencellada y los sabañones,
el peso de la pala enferrujada que cava
para sus propios difuntos, saben bien
que no hay lumbre para el niño que agoniza.
Esta vida se les va llenando de vacíos.

Me dice mi padre que en estos campos
mudos aprenda a acallar las palabras
porque todo lo que no es silencio, hija,
acaba por ser aullido.

Maribel Andrés Llamero


Autobús de Fermoselle, XXXIV Premio de Poesía Hiperion ex aequo con Los días hábiles, de Carlos Catena Cózar




Una fotografía de Kate T. Parker

 





Roshanara




«Olive Craddock (1894 - 1926) was an Anglo-Indian dancer trained in British India who danced under the name Roshanara.»



Carlos Sahagún - Fotografía de niño

 

FOTOGRAFÍA DE NIÑO

Cuando un niño nos mira serio
y en pie desde el retrato,
no queremos saber que ha sido dueño
de nuestros años.

Le volvemos la espalda, porque
no queremos tenerlo
tan cerca de nosotros, hombres
que ya no comprendemos.

Como a un extraño le decimos:
«Aparta, no es tu tierra
ésta que piso yo de ángeles
perdidos en la niebla.

Si te pusieron en la frente
mala ceniza un día,
cierra los ojos, porque ya
no podrás con la vida.

Angel cargado de blancura,
mirabas a lo alto,
pero un golpe fatal de arena
todo lo ha derribado.

El soldado de plomo, el caballo,
el barco de papel.
La vida es como un río grande.
No debimos crecer.

Nos arrastran como a aquel árbol
que el leñador cortó.
La primavera se ha perdido
para tu corazón.»
Y nos sigue mirando serio
el niño, ese retrato.
Y se quiere venir con nosotros
cuando nos alejamos.

Ángel González


Como si hubiera muerto un niño (1958 - 1959), en Poesías completas (1957 - 2000), de Carlos Sahagún, Renacimiento, 2015



Peter Handke - «Me emociono pensando...»

 

Me emociono pensando
a pesar de que no hay amor
y quisiera escribirte un poema.

Peter Handke


Vivir sin poesía
(Peter Handke). Edi ción bilingüe. Traducción y prólogo de Sandra Santana.Bartleby Editores, 2009



Ich denke begeistert
doch ermangeld der Liebe
und möchte ein Gedicht für dich schreiben




Lauren Bacall, por Nina Leen (1945)





 

 Nina Leen (c. 1914 - 1995) - Lauren Bacall, 1945.

 

 

 

Una fotografía de David Herrero

 





Miguel Ángel Arcas - «Llegar a un lugar no supone...»

 

Llegar a un lugar no supone necesariamente haber hecho el camino.

Miguel Ángel Arcas


Aforemas, 2004




Wallace Stevens - De la simple existencia

 

DE LA SIMPLE EXISTENCIA

La palmera al extremo de la mente,
se eleva más allá del pensamiento
en la extensión de bronce.

Un pájaro de plumas doradas
canta allí una canción extranjera,
no destinada al hombre sin sentimiento humano.

Entonces tu comprendes que no es esa la razón
que nos hace felices o infelices.
Canta el pájaro. Sus plumas resplandecen.

La palmera está al borde del espacio.
En las ramas se mueve el viento lentamente,
el plumaje del pájaro pende llameante.

Wallace Stevens


De la simple existencia. Antología poética (Wallace Stevens) Edición bilingüe de Andrés Sánchez Robaina.



Of Mere Being

The palm at the end of the mind,
Beyond the last thought, rises
In the bronze decor,

A gold-feathered bird
Sings in the palm, without human meaning,
Without human feeling, a foreign song.

You know then that it is not the reason
That makes us happy or unhappy.
The bird sings. Its feathers shine.

The palm stands on the edge of space.
The wind moves slowly in the branches.
The bird's fire-fangled feathers dangle down.




José de Almada Negreiros - Autorretrato, 1926

 


José de Almada Negreiros (1893-1970) - Auto-retrato, 1926




Adam Zagajewski - Busca

 

BUSCA 

Volví a la ciudad
donde fui niño
y adolescente y un viejo de treinta años.
La ciudad me recibió con indiferencia,
los megáfonos de su calles murmuraban:
¿no ves que el fuego todavía arde?,
¿no oyes el estrépito de las llamas?
Vete.
Busca en otro lugar.
Busca.
Busca la verdadera patria.

Adam Zagajewski


Adam Zagajewski (Lvov, 1945 - Cracovia, 2021)



Tierra del fuego. Traducción de Xavier Farré. Acantilado, 2004 (edición original en polaco: 1997).



Agustín de Foxá - Hay algo (Horas grises)

 

HAY ALGO
(Horas grises)

Hay algo
peor que las culebras y la lepra.

Son los días tediosos
o las conversaciones
con huesudas mujeres enlutadas
de tíos, primos y demás parientes;
las fiebres que no importan
de agonizantes entre sábanas
casi desconocidos;
las sentencias
de los banqueros místicos;
el sucio patriotismo de los gordos
con leontina;
la moral ceniza
de las solteras con el sexo helado;
las bodas por hectáreas;
los cines expurgados;
las novelas
de institutrices y rosales.

Hay algo
peor que las culebras y la lepra.

La Ley Hipotecaria;
los nichos numerados;
el amor que termina con la cuenta
de la cocina;
hay días
de afeitarse ante espejos donde llueve;
hay patios de carbón, noches de álgebra
y verduras cocidas, que producen
lentos sueños de Hombres sin cabezas.

Agustín de Foxá




Una fotografía de Eleonora Anzini

 


Eleonora Anzini - It's raining stoopid people (but we have umbrellas), 2008




Manuel Vicent - Solo palabras

 

SOLO PALABRAS

Entre el inagotable caudal de palabras que sale de la garganta de una persona corriente, me pregunto cuántas son necesarias, determinantes y comprometidas. Entre todas ellas están las palabras que cambian el curso de una vida, las que uno se arrepiente de haberlas pronunciado, las que se callan por miedo y se quedan quemándote la lengua. La mayoría de las palabras se las lleva el viento, pero las hay malditas que en medio de una disputa familiar o amorosa caen al suelo y ya no hay quien las levante. Las palabras crean un sendero y uno las sigue como un esclavo. ¿Cuándo fue la primera vez que dijiste no? Sin duda, ese fue un gran día. El no te libera, el sí te ata. Unos han venido a este mundo a hablar y otros solo a escuchar, este es el privilegio que distingue a los ricos de los pobres. La verdad no cambia, la diga el filósofo o el arriero, el creyente o el ateo, el juez o el reo, pero según con qué palabras venga adornada una misma verdad te llevará al cielo o al infierno. Las palabras más sólidas e inapelables son, a fin de cuentas, las que masculla entre dientes el sepulturero. Las primeras palabras que el niño oye de su madre quedan grabadas para siempre en alguna mucosa del cerebro. Son muy tiernas, con sabor a leche, pero han causado ríos de sangre solo por atacarlas o defenderlas. Todas las palabras que se ha llevado el viento forman una atmósfera alrededor del planeta que puede llegar a ser muy tóxica. La sabiduría consiste en aprender a respirarlas según su valor y naturaleza. Las hay venenosas, mortíferas como balas que utilizan los tiranos para sembrar la muerte, pero también están en el aire a disposición de cualquiera las palabras que usaron Homero, Virgilio y Horacio para enhebrar sus versos. Unas te salvan, otras te matan. No son más que un poco de aliento que en el mejor de los casos sirve para decir te amo, para decir me muero.

Manuel Vicent


(El País, 20-3-22)




Erwin Blumenfeld - Spring, 1930s

 



Erwin Blumenfeld (1897 - 1969)




Arcimboldo - Primavera

 



Giuseppe Arcimboldo (1526 - 1593) - Primavera (1563)



Sá de Miranda - «Desarrezoado amor dentro em meu peito...»

 

Desarrezoado amor dentro em meu peito,
tem guerra com a razão. Amor, que jaz
i já de muitos dias, manda e faz
tudo o que quer, a torto e a direito.

Não espera razões, tudo é despeito,
tudo soberba e força; faz e desfaz,
sem respeito nenhum; e quando em paz
cuidais que sois, então tudo é desfeito.

D’outra parte, a Razão tempos espia,
espia ocasiões de tarde em tarde,
que ajunta o tempo; enfim vem o seu dia:

Então não tem lugar certo onde aguarde
Amor; trata treições, que não confia
nem dos seus. Que farei quando tudo arde?


Sá de Miranda

(Coimbra, 1481 - Amares, 1558)



Una fotografía de Martin Mounzer

 



Desde Dinamarca, este retrato de Martin Mounzer: Sisse, 2009




Herta Müller - Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso

 



Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso

¿TIENES UN PAÑUELO? me preguntaba mi madre cada mañana en la puerta de casa, antes de que yo saliera a la calle. Yo no tenía el pañuelo, y como no lo tenía, regresaba a la habitación y sacaba un pañuelo. No tenía el pañuelo cada mañana, porque cada mañana aguardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del día, más tarde o en otras circunstancias, quedaba a merced de mí misma. La pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? era una ternura indirecta. Una directa hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Sólo así podía decirse a secas, en tono de orden, como las maniobras del trabajo. El hecho de que la voz fuera áspera realzaba incluso la ternura. Cada mañana estaba yo una vez sin pañuelo en la puerta, y una segunda vez con pañuelo. Sólo después salía a la calle, como si con el pañuelo también estuviera mi madre.

Y veinte años más tarde estaba hacía tiempo sola en la ciudad, como traductora en una fábrica de maquinarias. A las cinco de la mañana me levantaba, y a las seis y media empezaba el trabajo. Por la mañana resonaba el himno sobre el patio de la fábrica a través del altavoz, durante la pausa del mediodía se escuchaban los coros de los obreros. Pero los obreros, que estaban comiendo, tenían ojos vacíos como hojalata, manos embadurnadas de aceite, y su comida estaba envuelta en papel de periódico. Antes de comerse un trocito de tocino, le quitaban la tinta del periódico rascándola con el cuchillo. Dos años transcurrieron al trote de la cotidianeidad, cada día igual al otro.

Al tercer año se acabó la igualdad de los días. En el transcurso de una semana entró tres veces en mi oficina, a primera hora de la mañana, un hombre gigantesco, de huesos sólidos, con ojos azules centelleantes, un coloso del Servicio Secreto.

La primera vez me insultó de pie y se marchó.

La segunda vez se quitó el impermeable, lo colgó en una percha del armario y se sentó. Aquella mañana yo había traído de casa unos tulipanes y los estaba acomodando en el florero. El tipo me observaba y alabó mi inusual conocimiento del ser humano. Su voz era resbaladiza. Sentí un gran desasosiego. Impugné su elogio y le aseguré que sabía algo de tulipanes, pero nada del ser humano. Entonces me dijo en tono malicioso que él me conocía mejor que yo a los tulipanes. Luego se colgó del brazo el impermeable y se marchó.

La tercera vez se sentó y yo permanecí de pie, porque había dejado su cartera sobre mi silla. No me atreví a ponerla en el suelo. Me insultó tratándome de necia redomada, holgazana, putilla, tan corrompida como una perra vagabunda. Empujó los tulipanes hasta casi el borde de la mesa, en cuyo centro puso una hoja de papel vacía y un lápiz. Rugió: escribe. De pie, empecé a escribir lo que me iba dictando. Mi nombre con fecha de nacimiento y dirección. Y después que yo, independientemente de la proximidad o del parentesco, no le diría a nadie que…, y entonces llegó la horrible palabra: colaborez, iba a colaborar. Esta palabra ya no la escribí. Puse el lápiz a un lado y me dirigí a la ventana, por la que miré hacia la polvorienta calle. No estaba asfaltada, baches y casas gibosas. Y esa calleja ruinosa se llamaba, encima, Strada Gloriei: calle de la gloria. En la calle de la gloria había un gato trepado en la morera desnuda. Era el gato de la fábrica y tenía una oreja desgarrada. Encima de él brillaba el sol matinal como un tambor amarillo. Dije: N-am caracterul. No tengo este carácter. Se lo dije a la calle, fuera. La palabra CARÁCTER puso histérico al hombre del Servicio Secreto. Rompió la hoja y tiró los trozos al suelo. Pero probablemente se le ocurrió que tendría que presentarle a su jefe la prueba de que había intentado incorporarme a su red de espionaje, porque se agachó, recogió todos los trozos en una mano y los metió en su cartera. Luego lanzó un profundo suspiro y, en medio de su derrota, arrojó hacia la pared el florero con los tulipanes, que se estrelló y crujió como si hubiera dientes en el aire. Con la cartera bajo el brazo dijo en voz queda: esto lo pagarás muy caro. Te ahogaremos en el río. Como hablando conmigo misma dije: Si firmo eso ya no podré vivir conmigo y tendría que hacerlo yo. Mejor háganlo ustedes. Y al instante la puerta de la oficina ya estaba abierta y él se había marchado. Y fuera, en la Strada Gloriei, el gato de la fábrica había saltado del árbol al tejado de la casa. Una de las ramas se mecía como un trampolín.

Al día siguiente comenzó el tira y afloja. Yo debía desaparecer de la fábrica. Cada mañana a las seis y media tendría que presentarme ante el director, con el que cada mañana estaban el jefe del sindicato y el secretario el Partido. Y así como en otros tiempos me preguntaba mi madre: ¿tienes un pañuelo? ahora me preguntaba cada mañana el director: ¿Has encontrado otro trabajo? Y yo le respondía cada vez lo mismo: No estoy buscando ninguno. Estoy a gusto aquí en la fábrica, quisiera quedarme hasta la jubilación.

Una mañana llegué al trabajo y mis voluminosos diccionarios estaban en el suelo del pasillo, junto a la puerta de mi oficina. La abrí, y había un ingeniero sentado a mi escritorio. Me dijo: aquí se llama a la puerta antes de entrar. Ahora estoy aquí yo, y tú ya no tienes nada que hacer en este despacho. A casa no podía irme, porque habrían tenido un pretexto para despedirme por faltar sin permiso. Ahora no tenía oficina, y con mayor razón tenía que ir cada día normalmente al trabajo, por ningún motivo debía ausentarme.

Una amiga, a la que cada día se lo contaba todo en el camino de vuelta a casa por la Strada Gloriei, me dejó compartir al principio una esquina de su escritorio. Pero una mañana se plantó ante la puerta de la oficina y me dijo: No me autorizan a dejarte entrar. Todos dicen que eres una soplona. Las trabas y vejaciones se enviaban hacia abajo, los rumores empezaron a propagarse entre los colegas. Eso era lo peor. Contra los ataques uno puede defenderse, contra la calumnia es impotente. Yo contaba cada día con todo, incluso con la muerte. Pero con esa perfidia no sabía qué hacer. Ningún cálculo la volvía soportable. La calumnia nos atiborra de mugre, y nos asfixiamos porque no podemos defendernos. En opinión de mis colegas yo era exactamente aquello a lo que me había negado. Si los hubiera espiado y delatado, habrían confiado en mí sin sospechar nada. En el fondo, me castigaban porque yo los protegía.

Como ahora con mayor razón no podía ausentarme, pero no tenía despacho y a mi amiga no le permitían dejarme entrar en el suyo, me instalé, indecisa, en la caja de la escalera, una escalera que recorrí varias veces de arriba abajo – de pronto volví a ser la hija de mi madre, porque TENÍA UN PAÑUELO. Lo extendí en un escalón entre el primer y el segundo piso, lo alisé para que estuviera como es debido y me senté encima. Me puse en las rodillas mis gruesos diccionarios y empecé a traducir descripciones de máquinas hidráulicas. Yo era un chiste malo sobre la escalera, y mi despacho, un pañuelo. En las pausas del mediodía, mi amiga se sentaba en la escalera junto a mí. Comíamos juntas como antes en su oficina y, más antes aún, en la mía. Por el altavoz del patio, como siempre, los coros de los obreros entonaban cantos sobre la felicidad del pueblo. Mi amiga comía y lloraba por mí. Yo no. Debía mantenerme firme y dura. Largo tiempo. Unas cuantas semanas eternas, hasta que me despidieron.

En la época en que yo era un chiste malo sobre la escalera, consulté el diccionario para averiguar la importancia de la palabra ESCALERA. El primer escalón de la escalera se llama PELDAÑO DE ARRANQUE, el último escalón, PELDAÑO DEL DESCANSILLO. Los escalones horizontales que uno pisa encajan lateralmente en las MEJILLAS DE LA ESCALERA, y los espacios libres entre los distintos peldaños se llaman incluso OJOS DE LA ESCALERA. Por las piezas de las máquinas hidráulicas, embadurnadas de aceite, ya conocía las bellas palabras COLA DE GOLONDRINA y CUELLO DE CISNE, para ajustar un tornillo se utilizaba una MADRE DE TORNILLO, e igualmente me dejaron asombrada los poéticos nombres de las partes de una escalera, la belleza del lenguaje técnico: MEJILLAS DE LA ESCALERA, OJOS DE LA ESCALERA – es decir, la escalera tenía un rostro, ya fuese de madera, piedra, cemento o hierro – y los hombres reproducen su propia cara en las cosas más voluminosas del mundo, dan al material muerto los nombres de su propia carne, lo personifican en partes del cuerpo. Y el arduo trabajo sólo les resulta soportable a los especialistas gracias a esa ternura oculta. Cada trabajo, en cada profesión, se rige por el mismo principio de la pregunta de mi madre sobre el pañuelo.

Cuando yo era niña, en casa había un cajón destinado a los pañuelos. En él se alineaban tres pilas en dos hileras, una detrás de la otra:

A la izquierda, los pañuelos de hombre, para el padre y el abuelo.

A la derecha, los pañuelos de mujer, para la madre y la abuela.

En el centro, los pañuelos de niño, para mí.

Aquel cajón era nuestro retrato de familia en formato de pañuelo. Los pañuelos de hombre eran los más grandes, tenían un borde oscuro de color marrón, gris o burdeos. Los pañuelos de mujer eran más pequeños, con borde azul celeste, rojo o verde. Los pañuelos de niño eran los más pequeños, sin borde, pero en el cuadrado blanco había flores o animales pintados. Entre los tres tipos de pañuelos había los que se usaban los días laborables, en la hilera anterior, y los que se usaban los domingos, en la hilera posterior. Los domingos, el pañuelo debía hacer juego con el color de la ropa, aunque no se viera.

Ningún otro objeto en la casa, ni siquiera nosotros mismos, nos resultaba tan importante como el pañuelo. Podía utilizarse para una infinidad de cosas: resfriados, cuando la nariz sangraba o había alguna herida en la mano, el codo o la rodilla, cuando uno lloraba o lo mordía para reprimir el llanto. Un pañuelo frío y húmedo en la frente aliviaba el dolor de cabeza. Con cuatro nudos en las esquinas servía para protegerse del sol o de la lluvia. Cuando uno quería acordarse de algo, hacía un nudo en el pañuelo como artificio mnemotécnico. Para cargar bolsas pesadas se envolvía en él la mano. Si ondeaba era una señal de despedida cuando el tren salía de la estación. Y como tren se dice en rumano TREN, y en el dialecto del Banato lágrima (Träne) se dice trän, en mi cabeza el chirrido de los trenes sobre los rieles equivalía siempre al llanto. En la aldea, cuando alguien moría se le ataba enseguida un pañuelo en torno a la barbilla para que la boca permaneciera cerrada cuando pasaba la rigidez cadavérica. Cuando en la ciudad alguien se desplomaba al borde del camino, siempre había un transeúnte que con su pañuelo cubría la cara del muerto, y así el pañuelo pasaba a ser su primer reposo mortuorio.

A última hora de la tarde, los días calurosos del verano, los padres enviaban a sus hijos al cementerio para que regasen las flores. Nos juntábamos dos o tres e íbamos de una tumba a la otra, regando rápidamente. Luego nos sentábamos, muy pegados unos a otros, en las escaleras de la capilla y observábamos cómo de algunas tumbas subían nubecillas de vapor blanco. Volaban un ratito en el aire negro y desaparecían. Para nosotros eran las almas de los muertos: Figuras zoomórficas, gafas, frasquitos y tazas, guantes y medias. Y de vez en cuando un pañuelo blanco con el borde negro de la noche.

Más tarde, conversando con Oskar Pastior para escribir sobre su deportación a un campo de trabajos forzados soviético, me contó que una anciana madre rusa le regaló una vez un pañuelo blanco de batista. Tal vez tengáis suerte tú y mi hijo, y podáis regresar pronto a casa, dijo la rusa. Su hijo tenía la misma edad que Oskar Pastior y estaba tan lejos de casa como él, en la dirección opuesta, dijo, en un batallón de castigo. Oskar Pastior había llamado a su puerta como un mendigo medio muerto de hambre, quería cambiarle un trozo de carbón por un poquito de comida. Ella lo hizo entrar en la casa y le dio un plato de sopa. Y cuando la nariz de Oskar empezó a gotear en el plato, le dio el pañuelo blanco de batista, que nadie había usado todavía. Con un borde calado de bastoncillos y rosetas impecablemente bordados con hilos de seda, el pañuelo era una belleza que abrazó e hirió al mendigo. Un híbrido; por un lado un consuelo de batista; por el otro, una cinta métrica con bastoncillos de seda, las rayitas blancas en la escala de su desamparo. El mismo Oskar Pastior era un híbrido para esa mujer: un mendigo extraño en la casa y un hijo perdido en el mundo. En esas dos personas lo había hecho feliz y le había exigido demasiado el gesto de una mujer que para él también era dos personas: una rusa extraña y una madre preocupada con la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO?

Desde que me enteré de esta historia también yo tengo una pregunta: ¿Es ¿TIENES UN PAÑUELO? válida en todas partes y se halla extendida sobre medio mundo en el brillo de la nieve entre la congelación y el deshielo? ¿Cruza todas las fronteras pasando entre montañas y estepas hasta adentrarse en un gigantesco imperio sembrado de campos de trabajos forzados? ¿No hay manera de dar muerte a la pregunta ¿TIENES UN PAÑUELO? ni siquiera con la hoz y el martillo, ni siquiera en el estalinismo de la reeducación a través de tantos campos de trabajos forzados?

Aunque hace décadas que hablo rumano, en la conversación con Oskar Pastior me percaté por primera vez de que en rumano pañuelo se dice BATISTA, de nuevo la sensual lengua rumana, que simplemente lanza con apremio sus palabras hasta el corazón de las cosas. El material no da ningún rodeo, se designa como pañuelo listo, como BATISTA. Como si cada pañuelo fuera de batista en todo tiempo y lugar.

Oskar Pastior guardó en la maleta el pañuelo como reliquia de una doble madre con un doble hijo. Luego se lo llevó a casa tras cinco largos años en el campo de trabajos forzados. ¿Por qué? – su pañuelo blanco de batista era esperanza y miedo, y cuando uno renuncia a la esperanza y al miedo, muere.

Después de la conversación sobre el pañuelo blanco me pasé media noche pegándole a Oskar Pastior un collage sobre un papel blanco:

Aquí bailan puntos dice Bea
entras en un vaso de leche de tallo largo
ropa interior blanca tina de zinc gris verde
contra reembolso se corresponden
casi todos los materiales
mira aquí
yo soy el viaje en tren y
la cereza en la jabonera
nunca hables con hombres extraños ni
acerca de la Central


Cuando a la semana siguiente fui a su casa a regalarle el collage, me dijo: encima debes pegar: “PARA OSKAR”. Yo le dije: Lo que te doy, te pertenece, y tú lo sabes. Él dijo: debes pegarlo encima, tal vez el papel no lo sepa. Me lo llevé de nuevo a casa y encima pegué: para Oskar. Y se lo volví a regalar la semana siguiente, como si hubiera regresado la primera vez de la puerta sin pañuelo y ahora estuviera por segunda vez en la puerta con pañuelo.

Con un pañuelo termina también otra historia:

El hijo de mis abuelos se llamaba Matz. En los años treinta lo enviaron a Timişoara a estudiar finanzas para que se hiciera cargo del negocio de cereales y de la tienda de ultramarinos de la familia. En la Escuela enseñaban maestros del Reich alemán, auténticos nazis. Al concluir sus estudios Matz quizás había recibido, de paso, una capacitación en finanzas, pero sobre todo recibió una formación de nazi – un lavado de cerebro planificado. Cuando salió de la escuela, Matz era un nazi fervoroso, un convertido. Ladraba consignas antisemitas, era inalcanzable como un débil mental. Mi abuelo lo reprendió repetidas veces, diciéndole que debía toda su fortuna sólo a los créditos de hombres de negocios judíos amigos suyos. Y al ver que esto no servía de nada, lo abofeteó varias veces. Pero a su hijo le habían trastornado el juicio. Jugaba a ser el ideólogo de la aldea, vejaba a los muchachos de su edad que se negaban a ir al frente. En el ejército rumano ocupaba un puesto de oficinista. Pero de la teoría quiso pasar a la práctica. Se presentó voluntario en las SS, quería ir al frente. Unos meses después regresó a casa para casarse.

Tras haber sido testigo de los crímenes en el frente, aprovechó una fórmula mágica válida para escaparse unos días de la guerra. Esa fórmula mágica era: permiso por boda.

Mi abuela tenía dos fotos de su hijo Matz en el fondo de un cajón, una foto de la boda y una foto de la muerte. En la foto de la boda se ve una novia vestida de blanco, una mano más alta que él, esbelta y seria, una virgen de yeso. Sobre su cabeza hay una corona de cera como hojas nevadas. Junto a ella está Matz con su uniforme nazi. En vez de ser un novio, es un soldado. Un soldado de la boda y su propio último soldado de la patria. Apenas volvió al frente, llegó la foto de la muerte. Y en ella un último soldado destrozado por una mina. La foto de la muerte es del tamaño de una mano, un campo negro, en el centro un paño blanco con un montoncito gris de restos humanos. Sobre el fondo negro, el paño blanco parece tan pequeño como un pañuelo de niño cuyo cuadrado blanco tiene pintado en el centro un dibujo extraño. Para mi abuela esa foto también tenía su híbrido. En el pañuelo blanco había un nazi muerto, en su memoria, un hijo vivo. Mi abuela dejó esa doble foto todos aquellos años en su devocionario. Rezaba cada día. Probablemente sus oraciones también tenían doble fondo. Probablemente seguían el hiato entre el hijo querido y el nazi obcecado y pedían también al Señor Dios que hiciera el espagat de amar a ese hijo y perdonar al nazi.

Mi abuelo había sido soldado en la Primera Guerra Mundial. Sabía de qué estaba hablando cuando decía a menudo y en tono amargo, refiriéndose a su hijo Matz: Sí, cuando ondean al viento las banderas, el juicio se pierde en las trompetas. Esta advertencia también era aplicable a la siguiente dictadura, en la que me tocó vivir a mí misma. A diario se veía cómo el juicio de los pequeños y grandes oportunistas se perdía en las trompetas. Yo decidí no tocar la trompeta.

Pero de niña tuve que aprender a tocar el acordeón contra mi voluntad. Pues en la casa se había quedado el acordeón rojo de Matz, el soldado muerto. Las correas del acordeón eran demasiado largas para mí, y para que no se resbalaran por mis hombros, el maestro de acordeón me las ataba a la espalda con un pañuelo.

Se puede decir que precisamente los objetos más pequeños, ya sean trompetas, acordeones o pañuelos, terminan atando las cosas más dispares en la vida; que los objetos giran y, en sus desviaciones, tienen algo que obedece a las repeticiones, al círculo vicioso. Uno puede creerlo, mas no decirlo. Pero lo que no puede decirse, puede escribirse. Porque la escritura es un quehacer mudo, un trabajo que va de la cabeza a la mano. De la boca se prescinde. En la dictadura yo hablaba mucho, sobre todo porque había decidido no tocar la trompeta. La mayoría de las veces, hablar tenía consecuencias intolerables. Pero la escritura empezó en el silencio, en aquella escalera de la fábrica donde tuve que sopesar y decidir conmigo misma más cosas de las que podían decirse. El acontecer ya no podía articularse en palabras. A lo sumo los añadidos externos, mas no su dimensión. Esta yo sólo podía deletrearla en mi cabeza, en silencio, en el círculo vicioso de las palabras al escribir. Reaccionaba ante el miedo a la muerte con hambre de vida. Era un hambre de palabras. Sólo el torbellino de las palabras podía captar mi estado y deletreaba lo que no podía decirse con la boca. Yo iba detrás de lo vivido en el círculo vicioso de las palabras, hasta que aparecía algo que no había conocido antes. Paralelamente a la realidad entraba en acción la pantomima de las palabras, que no respeta dimensiones reales, reduce las cosas principales y aumenta las secundarias. El círculo vicioso de las palabras confiere de buenas a primeras una especie de lógica maldita a lo vivido. La pantomima es furiosa y permanece atemorizada y tan adicta como hastiada. El tema dictadura surge ahí espontáneamente, porque la naturalidad ya nunca regresa cuando a uno se la han robado casi por completo. El tema está implícito ahí, pero las palabras se apoderan de mí y llevan al tema adonde quieren. Ya nada es cierto y todo es verdad.

Como chiste malo sobre la escalera estaba yo tan sola como en aquella época, en que de niña, cuidaba vacas en el valle del río. Comía hojas y flores para formar parte de ellas, porque ellas sabían cómo se vive y yo no. Me dirigía a ellas dándoles un nombre. El nombre cardo lechoso debía ser realmente la planta espinosa con leche en los tallos. Pero la planta no escuchaba el nombre cardo lechoso. Entonces yo lo intentaba con nombres inventados: COSTILLA ESPINOSA, CUELLO DE AGUJA, en los que no figuraban ni cardo ni lechoso. En el engaño de todos los nombres falsos ante la planta verdadera se abría el agujero hacia el vacío. La situación ridícula de hablar a solas en voz alta conmigo y no con la planta. Pero la situación ridícula me hacía bien. Yo cuidaba vacas y el sonido de las palabras me protegía. Sentía:

Cada palabra en el rostro
sabe algo del círculo vicioso
y no lo dice


El sonido de las palabras sabe que debe engañar, porque los objetos engañan con su material, y los sentimientos, con sus gestos. En el punto de intersección del engaño de los materiales y de los gestos se instala el sonido de las palabras con su verdad inventada. Al escribir no puede hablarse de confianza, sino más bien de la honestidad del engaño.

Por entonces, en la fábrica, cuando yo era un chiste malo sobre la escalera, y el pañuelo, mi oficina, también encontré en el diccionario la hermosa palabra INTERÉS ESCALONADO, que designa las tasas de interés de un préstamo que van subiendo por tramos. Las tasas de interés son para uno gastos y para otro, ingresos. Al escribir acaban siendo ambas cosas, cuanto más voy ahondando en el texto. Cuanto más me expolia lo escrito, tanto más muestra a lo vivido lo que no había en el vivir. Sólo las palabras lo descubren, porque antes no lo conocían. Allí donde sorprenden a lo vivido es donde mejor lo reflejan. Se vuelven tan apremiantes que lo vivido debe aferrarse a ellas para no deshacerse.

Me parece que los objetos no conocen su material, que los gestos no conocen sus sentimientos y las palabras tampoco conocen la boca que las enuncia. Pero para asegurarnos nuestra propia existencia necesitamos los objetos, los gestos y las palabras. Cuanto más palabras nos es permitido usar, tanto más libres somos. Cuando se nos prohíbe la boca, intentamos afirmarnos con gestos e incluso con objetos. Son más difíciles de interpretar y permanecen un tiempo libres de sospecha. Y así pueden ayudarnos a convertir la humillación en una dignidad que permanece libre de sospecha por un tiempo.

Poco antes de mi emigración de Rumania, el policía de la aldea vino un día muy de mañana a llevarse a mi madre. Ella estaba ya en la puerta cuando se le ocurrió la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO? Y no lo tenía. Aunque el policía se mostró impaciente, ella volvió a entrar en la casa y sacó un pañuelo. En la comisaría el policía estalló en gritos e improperios. Los conocimientos de rumano de mi madre no bastaban para que comprendiera los rugidos del policía, que luego se marchó del despacho y cerró la puerta con llave desde fuera. Mi madre se pasó el día entero encerrada allí. Las primeras horas sentada a la mesa, llorando. Después empezó a ir de un lado para otro y a limpiar el polvo de los muebles con el pañuelo empapado en lágrimas. Por último cogió el cubo de agua del rincón y la toalla que colgaba de un clavo en la pared y fregó el piso. Me quedé aterrada cuando me lo contó. ¿Cómo has podido fregarle el despacho a ese individuo?, le pregunté. Y ella me respondió, sin ningún reparo: quería hacer algo para matar el tiempo. Y el despacho estaba tan mugriento. Hice bien en llevarme uno de los pañuelos de hombre, grandes.

Sólo entonces comprendí que con esa humillación adicional, pero voluntaria, se había proporcionado dignidad en aquel arresto. En un collage busqué palabras para formularlo:

Yo pensaba en la rosa vigorosa en el corazón
en el alma inservible como un colador
pero el propietario preguntó:
¿quién se acaba imponiendo?
yo dije: salvar el pellejo
él gritó: el pellejo es
sólo una mancha de la batista ofendida
sin juicio.


Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿TENÉIS UN PAÑUELO?

Puede ser que, desde siempre, la pregunta por el pañuelo no se refiera en absoluto al pañuelo, sino a la extrema soledad del ser humano.

Herta Müller



Discurso del Premio Nobel (2009), Jedes Wort weiß etwas vom Teufelskreis, traducido por Juan José del Solar Bardelli (aquí)



Francisco de Quevedo - «¿Qué otra cosa es verdad sino pobreza...?»

 

¿Qué otra cosa es verdad sino pobreza
en esta vida frágil y liviana?
Los dos embustes de la vida humana,
desde la cuna, son honra y riqueza.

El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,
en horas fugitivas la devana;
y, en errado anhelar, siempre tirana,
la Fortuna fatiga su flaqueza.

Vive muerte callada y divertida
la vida misma; la salud es guerra
de su proprio alimento combatida.

¡Oh, cuánto, inadvertido, el hombre yerra:
que en tierra teme que caerá la vida,
y no ve que, en viviendo, cayó en tierra!

Francisco de Quevedo




Una fotografía de Caterina Cani

 

 

© Caterina Cani, Lα vσc℮ del vιsσ, 2008.




Fernando Assis Pacheco - Soneto para los hijos

 

SONETO A LOS HIJOS

Toda la epopeya de la família cabe aquí
un abuelo gallego llegado a Portugal de chico
otro de al lado de Aveiro que se embarcó
para San Tomé a cultivar cacao

de hijos suyos nací
con este poco de inútil fantasía
nutrida en soledades en las que me veo
desnudo como un lechoncito en la pocilga

y como él indefenso y sin embargo quise
aun así ser más que el animal
en el tuétano de los huesos presentido

no pido nada usad mi nombre
si os place recordadme
lo que sea costumbre

pero libraos del lujo y de la soberbia


Fernando Assis Pacheco


Traducido por PLC de su libro A Musa Irregular, Assírio & Alvim, Lisboa, 2006.



SONETO AOS FILHOS

Toda a epopeia da família cabe aqui
um avô galego chegado a Portugal rapazinho
outro de ao pé de Aveiro que se meteu
num barco para S. Tomé a fazer cacau

de filhos seus nasci
com este pouco de inútil fantasia
nutrida em solidões nas que me vejo
nu como um bacorinho na pocilga

e como ele indefeso e porém quis
mesmo assim ser mais que o animal
no tutano dos ossos pressentido

não peço nada usai o meu nome
se vos praz lembrai-me
o que for costume

mas livrai-vos do luxo e da soberba



Eduardo Malta - Retrato de dos jóvenes

 


Eduardo Malta (1900 - 1967) - Retrato de duas jovens, 1939.




Antonia Pozzi - Grito

 

GRITO

No tener un Dios
no tener una tumba
no tener nada firme
sino sólo cosas vivas que se escapan;
existir sin ayer
existir sin mañana
y cegarse en la nada
–socorro–
por la miseria
que no tiene fin

Antonia Pozzi

(Milán, 1912 - 1938)


Leído en Antología de poetas suicidas [1770 - 1985]. Selección, coordinación y notas de José Luis Gallero. Ardora, 2005 [edición no bilíngüe]



GRIDO

Non avere un Dio
non avere una tomba
non avere nulla di fermo
ma solo cose vive che sfuggono –
essere senza ieri
essere senza domani
ed acciecarsi nel nulla –
– aiuto –
per la miseria
che non ha fine –


10 febbraio 1932

(Página italiana de Antonia Pozzi)



František Drtikol - Retrato de Vera Prasilova

 


František Drtikol (1883-1961), Retrato de Vera Prasilova, c. 1919.




Luis Cernuda - Amando en el tiempo

 

AMANDO EN EL TIEMPO

El tiempo, insinuándose en tu cuerpo,
como nube de polvo en fuente pura,
aquella gracia antigua desordena
y clava en mí una pena silenciosa.

Otros antes que yo vieron un día,
y otros luego verán, cómo decae
la amada forma esbelta, recordando
de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.

Pero la vida sólo la aprendemos,
y placer y dolor se ofrecen siempre
tal mundo virgen para cada hombre;
así mi pena inculta es nueva ahora.

Nueva como lo fuese al primer hombre,
que cayó con su amor del paraíso,
cuando viera, su cielo ya vencido
por sombras, decaer el cuerpo amado.

Luis Cernuda


Como quien espera el alba (1941-1944)



Lisa Larsen - Syracuse University, 1949

 





Dos poemas de Antonio Méndez Rubio

 

CON UN TEMBLOR APENAS PERCEPTIBLE

Con un temblor apenas perceptible
en las alas inquietas
hay pájaros pequeños, dibujados
sobre el cable impasible de la luz.
No saben qué, pero esperan.
Tranquilos, de improviso
se lanzan al vacío,
signos de la nada descienden,
dan un giro y se elevan
el uno desde el otro.
La tarde los olvida.
No volverán ya más
adonde estaban.




ATARDECER CON PÁJAROS

Gorriones en bandada me sorprenden
avanzando despiertos por el cielo
Raso. Rozando, mínimas, las alas
con el frío persistente de la tarde.
No su perseverancia; no la luz
que invisible termina en torno a ellos;
no su capricho, no el dolor pequeño
que sostiene, quizás, su vuelo bajo
haciéndolo imposible a las palabras.
No el temblor encendido de sus cuerpos
abriéndose al futuro, desterrados.
Miro el aire en silencio que los une.

Antonio Méndez Rubio



(Biblioteca Virtual Cervantes)

LjiLjana 3.V 68


 


«
photographer unknown on the back :: dedicated totheoneilove LjiLjana 3.V 68»


(Colección de Billy Jane, Flickr)

 

 




Oskar Kokoschka - Mujer con las manos levantadas

 


Oskar Kokoschka (1886 - 1980) - Mädchen mit erhobenen Händen, 1908




John William Waterhouse - Flora y los céfiros (1898)

 

 
 

 
 
 John William Waterhouse (1849 - 1917) - Flora and the Zephyrs (1898)



Federico García Lorca - Gacela del amor imprevisto

 

GACELA DEL AMOR IMPREVISTO

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué para darte por mi pecho
las letras de marfil que dicen “siempre.

Siempre, siempre”, jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.

Federico García Lorca


Diván del Tamarit (1936)




Una fotografía de Dan Uneken

 


 Dan Uneken - Blanca, 2007.




Jorge Luis Borges - La trama

 

LA TRAMA

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

Jorge Luis Borges


El hacedor (1960)



Una fotografía de Thomas Farkas


 

 Thomas Farkas  (1924 - 2011) - Praia de Copacabana, Rio de Janeiro, 1947

 

 

 

Alfred Becker

 

Und ich will
Wieder lernen
Hilflos und still
Wie ein Kind zu weinen.


Alfred Becker


(E de novo quero
Aprender a chorar
Desamparada e em silêncio,
Como as crianças)




Leído en O mundo em que vivi, de Ilse Losa, Edições Afrontamento, 27ª edição, 1987. 




Artemisia Gentileschi - Autorretrato como alegoría de la pintura

 



Artemisia Gentileschi (1593 - 1653) - Autorretrato como alegoría de la pintura, 1638




Rafael Sánchez Ferlosio - «No hay nada que pueda impresionarme tan desfavorablemente…»

 

No hay nada que pueda impresionarme tan desfavorablemente como el que alguien trate de impresionarme favorablemente. Los simpáticos me caen siempre antipáticos, los antipáticos me resultan, ciertamente, incómodos en tanto dura la conversación, pero cuando ésta se acaba se han ganado mi aprecio y simpatía. Ese viajero que dice «Buenas noches», al entrar en el compartimiento del vagón; que apenas alza los ojos, sin interés alguno, a la comparecencia de viajeros nuevos, que no vuelve a despegar los labios hasta llegar a su estación, para decir «que tengan ustedes buen viaje», suscita en mí la convicción –probablemente tan arbitraria como injusta– de que en un choque o un descarrilamiento se portaría del modo más heroico y más socorredor, mientras que el dicharachero, que no ha parado en todo el viaje de hablar y de reír, de entablar relación con todo cristo, y no digamos si –¡horror!– hasta contando chistes por añadidura, me impone, en cambio, la más absoluta certidumbre de que no podría dar, en igual trance, sino el más bochornoso espectáculo de la histeria y cobardía. La simpatía es un arcaísmo de quienes creen, quieren creer o necesitan fingir que hay todavía un medio, un ámbito de vida pública, en el que los hombres pueden allegarse en algún grado, de manera directa y espontánea, los unos a los otros. La antipatía es resistencia y repugnancia a simular y escenificar –abyectamente– un mundo que no existe.


Rafael Sánchez Ferlosio


Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Ediciones Destino, 3ª ed., diciembre 1993 [la primera en octubre y la segunda en noviembre]. Recibió el Premio Nacional de Ensayo en 1994.




Jessica Chastain, por Peter Lindbergh

 



Peter Lindbergh - Portrait of Jessica Chastain_2011




Una fotografía de Herbert List en Italia (1936)

 


Sibbi on the balcony, a long time friend of the photographer, photo by Herbert List, Liguria, Italy, 1936




Karl Kraus - «A aquel cuyo corazón está vacío...»

 

A aquel cuyo corazón está vacío, se le va la boca.

Karl Kraus


Wess das Herz leer ist, dess gehet der Mund über.



Dichos y contradichos (Karl Kraus), Traducción y notas de Adan Kovacsics. Editorial Minúscula, 2003 [edición no bilingüe]. Título original: Sprüche und Widersprüche, 1909.