Todo poema es en el fondo un balbuceo, algo dicho en voz baja, entre murmullos, con afán de seducir o prolongar la seducción, y sin oyente, sin lector, sin alguien que se preste por un tiempo al juego y ponga de su parte, no es nada, no existe. Solo cuando las palabras se hallan tan cargadas de latencia o de añoranza puede alguien pensar que hablan para él.
Jordi Doce
Perros en la playa, La Oficina, 2011
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