ARTE POÉTICA
Comenzar: las palabras deslícense. No hay nada
que decir. El sol dora utensilios y fauces.
No es culpable el escriba ni le exalta
gesta o devastación, ni la fortuna
derramó sobre él miel o ceguera.
Escribe al otro lado del exiguo gorjeo,
a mano. Busca en torno (fruta, lápices) tema
para seguir. Y sigue –sabe bien que no puede-
haciendo simulacro de afición y coherencia:
la escritura parece (paralela, enlazada)
algo. Un final perdido lo reclama
a medias. Fulge el broche de oro en su cerebro,
desplaza al sol extinto,
toma forma –el escriba cierra los ojos- de
(un moscardón contra el cristal) esquila.
Un rebaño invisible y su tañido escoge
entre símbolos varios del silencio; e invoca:
«Mi palabra no manche intervalos de ramas
Y de plumas: no suene.» Terminar el poema.
LA BELLEZA ARREBATA A LAS PALABRAS
QUE QUIEREN PROCLAMARLA
De la mutilación de las estatuas
a veces surge la belleza, de los
capiteles truncados cuyo acanto
cayera en la maleza entre el acanto
—réplica en viejo mármol de un verdor sorprendido
por la primera lluvia que conoce—: posible
perfección del azar que nada tiene
que hacer para ser símbolo de todo
lo que se quiera
Triste
belleza —no la suya: nunca es triste
la piedra en su lugar, nunca fue triste
la maleza en el suyo— la del símbolo…
Pues el azar que rompe la voluta,
cercena gestos imperecederos…
es el mismo que quiebra la hermosura
de edificios de sangre
Sólo quise
decirte —y me han salido dos acantos
y tres tristes— que nada
hay para mí más bello que el ver que estás alegre
y viva.
Aníbal Núñez
Cuarzo, Pre-Textos (1988)
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