Bettina Rheims - Kristin Scott Thomas playing with a blonde wig (2002)
La poesía tiene que deshacerse en este fosco atardecer como perdiz entre las hierbas.
Nicolás Gómez Dávila
(Bogotá, 1913 – 1994)
Quiero dormir y no puedo,
que el amor me quita el sueño.
Manda pregonar el rey
por Granada y por Sevilla
que todo hombre enamorado
que se case con su amiga:
que el amor me quita el sueño.
Que se case con su amiga.
¿Qué haré, triste, cuitado?
que era casada la mía.
Que el amor me quita el sueño.
Quiero dormir y no puedo,
que el amor me quita el sueño.
Tierra mía: no te alejes de mí, por más lejos que me vaya yo.
Canción de los indios de la Patagonia argentina
En Espejos Una historia casi universal, de Eduardo Galeano. Siglo XXI, 4ª reimpresión de la 1ª ed., 2008
HIMNO A LA JUVENTUD
Heu! quantum per se candida forma valet!
Propercio, II, 29, 30
A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la vida?
¿Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.
De las ondas surgida,
toda brillos, fulgor, sensación pura
y ondulaciones de animal latente,
hacia la orilla avanzas
con sonrosados pechos diminutos,
con nalgas maliciosas lo mismo que sonrisas,
oh diosa esbelta de tobillos gruesos,
y con la insinuación
(tan propiamente tuya)
del vientre dando paso al nacimiento
de los muslos: belleza delicada,
precisa e indecisa,
donde posar la frente derramando lágrimas.
Y te vemos llegar: figuración
de un fabuloso espacio ribereño
con toros, caracolas y delfines,
sobre la arena blanda, entre la mar y el cielo,
aún trémula de gotas,
deslumbrada de sol y sonriendo.
Nos anuncias el reino de la vida,
el sueño de otra vida, más intensa y más libre,
sin deseo enconado como un remordimiento
—sin deseo de ti, sofisticada
bestezuela infantil, en quien coinciden
la directa belleza de la starlet
y la graciosa timidez del príncipe.
Aunque de pronto frunzas
la frente que atormenta un pensamiento
conmovedor y obtuso,
y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla
entre mojadas mechas rubias
la expresión melancólica de Antínoos,
oh bella indiferente,
por la playa camines como si no supieses
que te siguen los hombres y los perros,
los dioses y los ángeles
y los arcángeles,
los tronos, las abominaciones...
Jaime Gil de Biedma
Poemas póstumos (1968)
Nota. Heu quantum per se candida forma valet! (¡Ay, cuánto puede por sí misma la luminosa belleza!)
Anonym Roman copy of the Aphrodite of Cnido, greek original by Praxiteles, 360 BC
Aphrodite (The Bartlett Head) associated with the style of Praxiteles. Unknown date and artist
(Galería de Miguel Catalán en Flickr)
Fotografías de Egisto Sani
Attic black figure kylix
510 – 500 BC
The Segment Class
Rome, Vatican Museums, Museo Gregoriano Etrusco
Mitología es lo que nunca fue pero siempre será.
Esteban de Bizancio
(lexicógrafo griego del siglo VI)
En tierra de Dioniso Vagabundeos por el norte de Grecia, de María Belmonte, Acantilado, 2021
André Gimenes Pillmann - Saudade da infância... (Meninos brincando no trapiche de São Francisco do Sul/SC - Brasil)
tiempo
Tener tiempo es regresar a la infancia.
José Luis Gallero
88 fragmentos, Los cuadernos del vacío, 2003. Reeditado como 88 fragmentos + 22 esquirlas, Dosparedesy1puente, 2019
PRÓLOGO Y LOGOMAQUIA
Imagínate el tiempo como un perro que huye,
enseñando los dientes, con la cabeza vuelta.
O bien como la mar, que, cuando sube,
crecida en su delirio, parece más pequeña.
La memoria es la esfera de niebla de un reloj
que valora tan solo las horas cuando mueren.
(Vigila el pensamiento, que es fuente del terror.
Y mueve con cuidado
las fichas de la suerte.)
Todo avanza sin fin, aun teniendo un final,
y se hace todo extraño como un cetro de oro
en manos de un bufón
que ríe, sufre y baila.
El tiempo que nos queda perdió su eternidad.
De modo que aceptemos su fluir, porque tan sólo
lo fugitivo alivia de la nada.
Felipe Benítez Reyes
Escaparate de venenos. Tusquets, 2000
Sebastiano del Piombo (1485-1547) - Testa di donna, early 1530s. Oil on panel. 25,4 cm diameter. Kimbell Art Museum, Fort Worth, Texas.
(Galería de Lluís Ribes Mateu, Flickr)
A UNA CALAVERA
Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura de estos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos, de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo;
aquí la estimativa, en quien tenía
el principio de todo movimiento;
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!
¿En donde tanta presunción vivía
desprecian los gusanos aposento?
Lope de Vega
Era la primera vez que subía una escalera: en el pueblo había muy pocas casas que tuvieran más de un piso y las que lo tenían eran inaccesibles. Este es mi recuerdo inaugural de La Habana: ir subiendo unas escaleras con escalones de mármol. Hay la memoria intermedia de la estación de ómnibus y el mercado del frente, la plaza del Vapor, arcadas ambas, colmadas de columnas, pero en el pueblo también había portales. Así mi verdadero primer recuerdo habanero es esta escalera lujosa que se hace oscura en el primer piso (tanto que no registro el primer piso, sólo la escalera que tuerce una vez más después del descanso) para abrirse, luego de una voluta barroca, al segundo piso, a una luz diferente, filtrada, casi malva, y a un espectáculo inusitado. Enfrento (para este momento mi familia había desaparecido ante mi asombro) un pasillo largo, un túnel estrecho, un corredor como no había visto nunca antes, al que se abrían muchas puertas, perennemente abiertas, pero no se veían los cuartos, el interior oculto por unas cortinas que dejaban un espacio, largo, arriba y otro tramo, corto, abajo. El aire movía los telones de distintos colores que no dejaban ver las funciones domésticas: aunque era pleno verano, temprano en la mañana había fresco y una corriente venía del interno. El tiempo se detuvo ante aquella visión: con mi acceso a la casa marcada Zulueta 408 había dado un paso trascendental en mi vida: había dejado la niñez para entrar en la adolescencia. Muchas personas hablan de su adolescencia, sueñan con ella, escriben sobre ella, pero pocos pueden señalar el día que comenzó la niñez extendiéndose mientras la adolescencia se contrae–o al revés. Pero yo puedo decir con exactitud que el 25 de julio de 1941 comenzó mi adolescencia. Por supuesto que seguiría siendo un niño mucho tiempo después, pero esencialmente aquel día, aquella mañana, aquel momento en que enfrenté el largo corredor de cortinas, contemplando la vista interior que luego asustaría hasta un veterano de la vida bohemia, el pintor primitivo Cherna Bue, que visitó la casa mucho tiempo después y se negó de plano a quedarse en ella un momento siquiera, espantado por la arquitectura de colmena depravada que tenía el edificio, aquel a cuya formidable entrada había un anuncio arriba que decía: «Se Alquilan Habitaciones–Algunas con Días Gratis», ese día preciso terminó mi niñez. No sólo era mi acceso a esa institución de La Habana pobre, el solar (palabra que oí ahí por primera vez, que aprendería como tendría que aprender tantas otras: la ciudad hablaba otra lengua, la pobreza tenía otro lenguaje y bien podía haber entrado a otro país: tiempo después, cuando llegaron las etimologías, aprendí que solar era una mera degradación de casa solariega, la palabra cortada, el edificio transformado en falansterio) sino que supe que había comenzado lo que sería para mí una educación.
Avanzamos todos juntos ahora, intimidados, por el largo pasillo hasta la única puerta cerrada, que enfrentaba otro pasillo más largo (el interior del edificio estaba diseñado como una alta T con un rasgo al final y a la izquierda, una suerte de serife donde luego encontraríamos los baños y los inodoros colectivos, nociva novedad), esa puerta era la nuestra–por un tiempo. Mi madre había logrado que una familia del pueblo, que regresaban por el verano, nos prestaran el cuarto por un mes. Mi padre (aunque debía haber sido mi madre quien lo hiciera) abrió la puerta y nos asaltó un olor que siempre asociamos con aquel cuarto, con aquella familia, que nunca habíamos sentido cuando visitábamos su gran casa en el pueblo, en reuniones comunistas. Mi madre descubrió que era producido por unos polvos misteriosos que usaban, aunque nunca supimos para qué. Ese olor, como el perfume que llevaba la primera prostituta con quien me acosté, era típicamente habanero y aunque el perfume de la puta tenía el aroma de lo prohibido, resultaba tentador y grato, este otro olor memorable que salía del cuarto podía ser llamado ofensivo, malvado, un hedor–el tufo del rechazo. Ambos olores son el olor de la iniciación, el incienso de la adolescencia, una etapa de mi vida que no desearía volver a vivir –y sin embargo hay tanto que recordar de ella.
Guillermo Cabrera Infante
La Habana para un infante difunto, Seix Barral, 1ª ed. 1979
UNA ROSA COMO APOYO
Me preparo una habitación en el aire,
entre los acróbatas y los pájaros:
mi cama en el trapecio del sentimiento
como un nido en el aire
en la extrema punta de la rama.
Me compro una manta de la más fina lana
de ovejas suavemente esquiladas
a la luz de la luna
como nubes brillantes
pasan sobre la tierra firme.
Cierro los ojos y me envuelvo
en el vellocino de los animales de confianza.
Quiero sentir la arena bajo las pezuñitas
y oír el sonar el cerrojo,
que cierra la puerta del aprisco por la tarde.
Pero yo estoy en plumas de pájaros, alto en el vacío mecida,
Me da vértigo. No me duermo.
Mi mano
busca un agarradero y encuentra
sólo una rosa como apoyo.
Hilde Domin
(1909 - 2006)
Antología esencial de la poesía alemana. Selección y traducción de José Luis Reina Palazón. Colección Austral, Espasa, 2004
EINE ROSE ALS STÜTZE
Ich richte mir ein Zimmer ein in der Luft
unter den Akrobaten und Vögeln:
mein Bett auf dem Trapez des Gefühls
wie ein Nest im Wind
auf der äußersten Spitze des Zweigs.
Ich kaufe mir eine Decke aus der zartesten Wolle
der sanftgescheitelten Schafe die
im Mondlicht
wie schimmernde Wolken
über die feste Erde ziehen.
Ich schließe die Augen und hülle mich ein
in das Vlies der verläßlichen Tiere.
Ich will den Sand unter den kleinen Hufen spüren
und das Klicken des Riegels hören,
der die Stalltür am Abend schließt.
Aber ich liege in Vogelfedern, hoch ins Leere gewiegt.
Mir schwindelt. Ich schlafe nicht ein.
Meine Hand
greift nach einem Halt und findet
nur eine Rose als Stütze.
(Fotografías de Sergey Sosnovskiy en Flickr)
Al poseerse, los amantes dudan.
Lucrecio
En Retrato de un hilo, de Francisco Javier Irazoki, Hiperión, 2013.
Mi abuelo Marulino creía en los astros. Aquel anciano demacrado, de rostro amarillento, me concedía el mismo afecto sin ternura, sin signos exteriores y casi sin palabras, que tenía por los animales de su granja, sus tierras, su colección de piedras caídas del cielo. Descendía de una vasta línea de antepasados establecidos en España desde la época de los Escipiones. Era de jerarquía senatorial, y tercero del mismo nombre; hasta entonces nuestra familia había pertenecido al orden ecuestre. Bajo el reinado de Tito, mi abuelo había participado modestamente en las actividades públicas. Este provinciano ignoraba el griego, y hablaba el latín con ronco acento español que me trasmitió y que más tarde fué motivo de risa. Pero su espíritu no era completamente inculto; a su muerte se halló en su casa un saco lleno de instrumentos de matemáticas y de libros que no había tocado en veinte años. Tenía conocimientos semicientíficos, semicampesinos, la misma mezcla de prejuicios estrechos y añeja sabiduría que caracterizaron a Catón el viejo. Pero Catón fué toda su vida el hombre del Senado romano y de la guerra de Cartago, el exacto representante de la dura Roma republicana. La dureza casi impenetrable de Marulino remontaba más atrás, a épocas más antiguas. Era el hombre de la tribu, la encarnación de un mundo sagrado y casi aterrador, cuyos vestigios encontré más tarde entre nuestros necrománticos etruscos. Andaba siempre a cabeza descubierta, cosa que luego habrían de criticar en mí; sus pies encallecidos prescindían de las sandalias. En los días ordinarios, sus ropas se distinguían apenas de las de los viejos mendigos y los graves aparceros acurrucados al sol. Tenía fama de brujo y los aldeanos trataban de evitar su mirada. Pero gozaba de un singular poder sobre los animales. Le he visto acercar su cabeza cana a un nido de víboras, prudente y amistosamente; he visto sus dedos nudosos que ejecutaban una especie de danza frente a un lagarto. En las noches de verano me llevaba a lo alto de una árida colina para observar el cielo. Me quedaba dormido en un hueco, fatigado de contar los meteoros. Él seguía sentado, alta la cabeza, girando imperceptiblemente con los astros. Debía de haber conocido los sistemas de Filolao y de Hiparco, y el de Aristarco de Samos, que preferí más tarde, pero esas especulaciones ya no le interesaban. Para él los astros eran puntos inflamados, objetos como las piedras y los lentos insectos de los cuales también extraía presagios, partes constitutivas de un universo mágico que abarcaba las voluntades de los dioses, la influencia de los demonios, y la suerte reservada a los hombres. Había determinado el tema de mi natividad. Una noche vino a mí, me sacudió para despertarme y me anunció el imperio del mundo con el mismo laconismo gruñón que hubiera empleado para predecir una buena cosecha a las gentes de la granja. Luego, presa de desconfianza, fué a sacar una tea del pequeño fuego de sarmientos que mantenía para calentarnos en las horas de frío, la acercó a mi mano y leyó en mi espesa palma de niño de once años no se que confirmación de las líneas inscritas en el cielo. El mundo era para él un solo bloque: una mano confirmaba los astros. Su noticia me conmovió menos de lo que podía creerse: un niño lo espera siempre todo. Creo que después se olvidó de su profecía, sumido en esa indiferencia a los sucesos presentes y futuros que es propia de la ancianidad. Lo encontraron una mañana en el bosque de castaños de los confines del dominio, ya frío y picoteado por las aves de presa. Antes de morir había tratado de enseñarme su arte. No tuvo éxito; mi curiosidad natural saltaba de golpe a las conclusiones sin preocuparse por los detalles complicados y un tanto repugnantes de su ciencia. Pero quedó en mí el gusto por ciertas experiencias peligrosas.
Marguerite Yourcenar
Memorias de Adriano. Traducción de Julio Cortázar. Edhasa, 13ª reimpresión, 1985. 1ª ed. en lengua española, Buenos Aires, Sudamericana, 1955. Título original: Memoires d'Hadrien, Plon, 1951.
No creo en presentimientos, ni temo
A los agüeros. Acepto el veneno,
La calumnia. No existe la muerte,
La vida es eterna. No hay que temer
A la muerte ni a los diecisiete,
Ni a los setenta. Sólo hay vida y luz,
Ni oscuridad, ni muerte hay en este mundo.
Todos estamos a la orilla del mar
Y soy de los que eligen la red
Cuando la eternidad pasa de largo.
(1965)
Arseni Tarkovski
Versión de Jorge Bustamante García en El instante maravilloso - Poesía rusa del siglo XX. Universidad Nacional Autónoma de México, 2014, primera reimpresión de la primera edición, 2004.
AGENCIA...
¿Qué hay de nuevo?… Tiembla la Tierra.
En La Haya incuba la guerra.
Los reyes han terror profundo.
Huele a podrido en todo el mundo.
No hay aromas en Galaad.
Desembarcó el marqués de Sade
procedente de Seboim.
Cambia de curso el gulf–stream.
París se flagela de placer.
Un cometa va a aparecer.
Se cumplen ya las profecías
del viejo monje Malaquías.
En la iglesia el diablo se esconde.
Ha parido una monja… (¿En dónde?…)
Barcelona ya no está bona
sino cuando la bomba sona…
China se corta la coleta.
Henry de Rothschild es poeta.
Madrid abomina la capa.
Ya no tiene eunucos el papa.
Se organizará por un bill
la prostitución infantil.
La fe blanca se desvirtúa
y todo negro continúa.
En alguna parte está listo
el palacio del Anticristo.
Se cambian comunicaciones
entre lesbianas y gitones.
Se anuncia que viene el Judío
errante… ¿Hay algo más, Dios mío?…
Rubén Darío
El canto errante (1909)
Lotte Lenya (Karoline Charlotte Blamauer; Viena, 1900 - Nueva York, 1981), retratada por Lotte Jacobi en 1930.
VIAJÁBAMOS EN UN COCHE CÓMODO
Viajábamos en un coche cómodo
por una ruta lluviosa.
Y vimos a un hombre harapiento cuando caía la noche.
Con profundas reverencias nos hacía señas de llevarlo.
A nosotros nos esperaba un techo y teníamos lugar y pasamos de largo.
Y oímos como yo decía con un tono amargo: no,
no podemos llevar a nadie.
Mucho más adelante, quizá a un día de marcha,
repentinamente me asusté de esa voz mía,
de aquel comportamiento mío y de todo
este mundo.
Bertolt Brecht
80 poemas y canciones (Bertolt Brecht). Traduccción y selección de Jorge Hacker. Edición bilingüe. Adriana Hidalgo editora, 3ª ed. en Argentina: marzo de 2008; 1ª ed. en españa: marzo de 2011.
FAHREND IN EINEM BEQUEMEN WAGEN
Fahrend in einem bequemen Wagen
Auf einer regnerischen Landstraße
Sahen wir einen zerlumpten Menschen bei Nachtanbruch
Der uns winkte, ihn mitzunehmen, sich tief verbeugend.
Wir hatten ein Dach und wir hatten Platz und wir fuhren vorüber
Und wir hörten mich sagen, mit einer grämlichen Stimme: Nein
Wir können niemand mitnehmen.
Wir waren schon weit voraus, einen Tagesmarsch vielleicht
Als ich plötzlich erschrak über diese meine Stimme
Dies mein Verhalten und diese
Ganze Welt.
Cuando la acción se ha vuelto inercia y rutina, ya sólo la omisión es resistencia, deliberación y libertad.
Rafael Sánchez Ferlosio
Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Ediciones Destino, 3ª ed., diciembre 1993 [la primera en octubre y la segunda en noviembre]. Recibió el Premio Nacional de Ensayo en 1994.
Elizabeth Taylor, fotografiada por Burt Glinn durante el rodaje de Suddenly, Last Summer (1959), de Joseph L. Mankiewicz.
GLOSA A KEMPIS
La última mata,
pero, ¡ay!, la que se lleva
a quien adamas.
Diego Román Martínez
Un agradable sabor a menta. La bella Varsovia, feb 2021.
adamar
1. tr. p.us. Cortejar, requebrar
2. tr. desus. Amar con vehemencia
3.prnl. Enamorarse de alguien o de algo
Jiří Kolář (1914 - 2002) was a Czech poet, writer, painter and translator. His work included both literary and visual art.
El lector más experto… no se preocupa de entender; no, por lo menos, al principio. Sé que parte de la poesía de que soy más devoto es una poesía que no entendí en la primera lectura; otra parte, es poesía que todavía no estoy seguro de entender; por ejemplo, Shakespeare.
T.S. Eliot,
The Use of Poetry and Use of Criticism, 1933 (Función de la poesía y función de la crítica, 1955)
Y por otro lado estas palabras suyas de 1963:
En The Waste Land [1922] ni siquiera me preocupé de si entendía lo que decía.
INTERIOR
A Tirso Fernández
El olor que dos senos esparcen en un cuarto
o la luz que destila la piel de una manzana,
egregiamente hablando, elevan los sentidos.
Sobre todo si danzan alrededor las manos.
Solitarias figuras dentro de una correa,
atadas como peces o ramos de magnolias,
ponen siempre una nota de escarcha o nieve rígida,
de tenue y frágil seda que en hilachas desciende.
El pubis de una reina o los dedos de un mago,
ágiles en su oficio de encontrar los metales,
conforman en las dunas de la carne una sola
moneda, ebria y tranquila, en cuyo fondo
yace este cruel poema escrito por un loco.
Pedro Vergés
(Santo Domingo, República Dominicana, 1945)
El paisaje conforma la estructura del sentir.
Mercè Ibarz, La tierra retirada, 2009
Nieva sobre el recuerdo. Deja de atizarlo.
Fermín Herrero, Tierras altas, 2006.
En Alma tierra, de Navia, Ediciones Anómalas, 2019
INSCRIPCIÓN COPTA
Bendito sea el desgaste del cuerpo,
gracias a él lo imperfecto no dura.
Y lo que existe más allá de la roca del tiempo sigue
estando a prueba de la acción y del abandono.
Marcin Baran
(1963)
Poesía a contragolpe Antología de poesía polaca contemporánea (autores nacidos entre 1960 y 1980). Seleción y traducción de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Xavier Farré. Prensas Universitarias de Zaragoza, 2012.
A UNA JOVEN ESCLAVA
Si todavía fueras inocente, quizás me lo pensara
mejor antes de hablarte. Pero veo que ya
recibes hace tiempo lecciones de tu amo,
que a tu lado se duerme apenas tú lo dejas
satisfecho. Yo te ofrezco el amor, la tierna
intimidad, la risa y esa grata
conversación que suele ir tras el acto
de la carne, la dulce libertad (si te parece)
de no aceptar ninguna de estas cosas.
Estratón de Sardes
(S. II d. C.)
Versión de Víctor Botas en su libro Segunda mano (1982)