A unos pocos kilómetros quilómetros de Berlanga de Duero. Y allí vamos.
Pero antes de entrar vente aún conmigo a dar un breve rodeo. Hasta Aguilera, a media docena de kilómetros. En el camposanto de este lugar está el colofón exacto del camino que hemos hecho.
Hace unos meses enterraron aquí a la tía Blasa, que iba a cumplir ciento dos años. Me dijeron que cuando se despertaba, a veces preguntaba a sus sobrinas: «¿Pero es que aún estoy viva? ¡A ver si no me voy a morir nunca y me vais a tener que enterrar tal cual!». Ibas a verla y te decía: «¿Pero qué hago yo aquí ya tantos años sin morirme? ¡Uy, Dios! Llamadme a don Julián por si no me ha hecho bien alguna cosa, que la haga otra vez y que pueda irme tranquila al otro mundo». Y recomendaba a las sobrinas: «Ponedme de mortaja el vestido de bodas que yo misma ya tengo arreglado y la toquilla que hay con él. Si se puede que me sepulten con el tío».
Y mientras echaban sobre la caja la tierra amontonada a la vera del hoyo, a mi lado un vecino con ochenta ya cumplidos —seguro, el siguiente— comentaba con naturalidad: ¡hay que ver, qué suave sale la tierra en estos sitios!
Avelino Hernández
Donde la vieja Castilla se acaba: Soria, Editorial Rimpego, León, 2015 (1ª ed. original como Donde la vieja Castilla se acaba, Ediciones De la Torre, Madrid, 1982)
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