En la Plaza Mayor está la confitería más elegante del pueblo, donde también se fríen churros y buñuelos con aceite de oliva. Esa saludable hacer churros y buñuelos, aunque no les caigan bien a todo el mundo. El escaparate de la confitería brilla al sol y relucen los piononos, las yemas de Santa Teresa y San Leandro, los bizcochos borrachos de Guadalajara, las almendras de Alcalá, los mazapanes de Toledo, los roscos burgaleses, la crema catalana, los sobadillos y las perrunillas, las rosquillas tontas y las listas, las mantecadas asturianas, el bizcocho de Carballino, las ánimas del purgatorio, el flan de San Franco, las cocas, las ensaimadas, los polvorones y Roscón de Reyes. Todo es dulce y sería de desear que nunca amargara el dulce y que sólo agriara el limón. En medio de tantas glorias luce una botella de anís Machaquito, el más fuerte de todos. La figura de un niño se refleja en el escaparate. El niño mira, goloso, todas aquellas delicias. De pronto una piedra hace añicos el escaparate de La Dulce España y la imagen del niño se parte en pedazos
Jaime de Armiñan
La dulce España [Memorias de un niño partido en dos], Tiempo de memoria, Tusquets, 2000, XIII Premio Comillas
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