Yo que cantaba antaño el amor
y repetía «Tus labios
¡cuánto me niegan!», y cuando lo daban,
lo agradecía cantando,
yo que solía evocar la cintura
lenta de Inés bajo el álamo,
y arrodillada, fregando, las corvas
blancas aquellas de Tránsito
o las tetitas de Julia, a las prendas
cuando jugaba, y el alto
culo de tía Isabel, de paseo
por su jardín de verano,
soy el mismo que ya de ninguna
canto, hace ya no sé cuánto,
o de cantar, tan sólo de ti,
que eres ninguna, lo canto:
las del amor sin ruido palomas
de mi ventana volaron.
Y me dirán, «Porque vas para viejo,
Anacreonte, y los años
te han cernido los ojos, su polvo
sobre tu sien alentado,
hecho espeso tu talle, los dientes
menos y más los agravios:
no eres aquél». Pero el corazón
no oye tan negro rosario:
«¿Qué es el tiempo?» rezonga aquí dentro
«Y ellas ¿por qué me dejaron:
viejo lo soy porque ellas se van;
que es que no están, y las llamo.
Que ellas estén, y verás cómo van
tiempo y vejez a los diablos».
Y si le digo «Pero es que Isabel
cría ya malvas, y Tránsito
peina cenizas, y creo que Inés
tienes tres críos o cuatro,
y si la vieras a Julia de compras
cómo le arrastra el zapato!»,
«¡Calla maldito» me dice «Mentira:
mientras que siga soñando
yo mis noches con ellas, y mientras
de ellas esté enamorado,
¿cómo van ellas a andarse queriendo
ir a hacer viejas ni cuándo?»
Agustín García Calvo
Libro de conjuros. Editorial Lucina, Zamora, 3ª edición, junio de 1991.
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