Cuando el anciano poeta la llamó,
se levantó con una contundencia perfecta,
aplastando como Atila todo a su paso.
Dejó el cigarrillo mal apagado en la cerámica negra
y agarró su libro con fuerza, sin alzar la vista.
Se olía a miel y a verde entonces.
Cantó como cantaba Homero las gestas,
y luego arrancó sin más una página escrita.
Del mismo modo, segura de sí, firme de fuste,
volvió a su sitio, ignorante de aplausos y risas.
Ahí deseó besarla, dice.
Ahí quiso tocar su tatuaje.
Luego, la historia continuó fuera de escena.
Noelia Illán
Volver a brindar con extraños (2018)
No hay comentarios:
Publicar un comentario