EL COCHE DE CABALLOS
(Nostalgia de los siete años)
Un coche de caballos, lento, hacia el horizonte;
landó viejo y violeta, de caballos canela,
y en él, mi niñez triste, mirando las acacias
y los escaparates de antiguas primaveras.
Brisa en sus ventanillas y entierros bajo lluvia;
en mis manos de niño, alguna vez, las riendas,
dando a las frentes toscas de los pobres caballos
las nociones, difíciles, de derecha a izquierda.
Yo os evoco, paseos de la Casa de Campo.
Penumbras de eucaliptus, y el auto de la Reina,
del radiador dorado, cruzando silencioso;
los neumáticos blancos, dorados de hojas secas.
Y el Rey siempre de luto; lacayos; las infantas,
en fondos de Velázquez, con un mirar de inglesas;
y aquella concha rosa, con venas de arco iris,
donde bebía el agua después de la merienda.
En la Casa de Vacas, cubos llenos de espuma.
Al fondo, la casilla blanca de la guardesa,
con patos y cabras, y un vendaval de expresos,
verdes de madrugada, en sus enredaderas.
Mis hermanos ponían soldaditos de plomo
en las vías heladas, alfileres, monedas,
y el tren los laminaba, corriendo hacia unas olas
que en mi niñez de Duero imaginaba quietas.
Lagartija en el yeso de las tapias y cardos.
En el Tiro sonaban lejanas escopetas
de Marqueses, y a veces un pichón moribundo,
macizo por los plomos, volaba con tristeza.
Desde el coche veía, peonando, a los faisanes,
con la sangre enjoyada por cacerías regias,
y, allá, en las «Garavitas», entre tomillos tenues
el sol de los insectos rosaba el agua fresca.
Mi padre me contaba la historia de Don Álvaro
o el drama de Cyrano, cuando íbamos de vuelta
hacia un Madrid, caliente de acacias y faroles,
cuesta de San Vicente; jardín con centinelas.
En la plaza de Oriente, fuego en los miradores,
niños en cochecitos de burros con banderas,
y el golfo que encendía al coche los faroles
y al fondo el Real, guardando sus palcos en la niebla.
¡Oh coche de caballos de mis primeros años!
cuando aún no conocía ni el mar ni la belleza,
que cruzas mi nostalgia, trotando eternamente
con un olor de parque dormido entre las ruedas.
¿Dónde estarán tus hierros? ¿En qué plaza de toros
o en qué noria murieron tus caballos canela?
¿Y dónde está aquel niño de comunión y de oro
que hoy, en mi sangre de hombre, como un fantasma juega?
Agustín de Foxá
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