Todo es fragmento hasta la muerte.
Fernando Menéndez
Dunas (2004)
(Tetuán)
¡Qué lindo pelo tienes tú, Rahel!,
el pelo tuyo y el pelo mío
no se espartirá, Rahel.
¡Qué hermosa frente tienes tú, Rahel!
la frente tuya y la frente mía
estarán junto las dos, Rahel.
¡Qué hermosos ojos tienes tú, Rahel!,
los ojos tuyos y los ojos míos
juntos estarán los dos, Rahel.
¡Qué hermosa boca tienes tú, Rahel!,
la boca tuya y la boca mía
no se espartirán, Rahel.
¡Qué hermoso pecho tienes tú, Rahel!,
los pechos tuyos y los pechos míos
siempre estarán juntos, Rahel.
Poesía tradicional de los judíos españoles. Recopilación y prólogo de Manuel Alvar. 3ª edición. Editorial Porrúa, México, 1979
Αναστάσιος Ντίνος -
Η ελληνική ομορφιά διαχρονική ανά τους αιώνες [Belleza griega atemporal a través de los tiempos]
Vamos con la vida pendiente de un hilo que nadie, apenas nadie puede ver.
Manuel Neila
Huésped de la vida, Llibros del Pexe, 2005
El pequeño mono me mira:
quiere decirme
algo que se le olvida.
Insomnio
En una pizarra negra
suma cifras de fósforo.
Tierno saúz,
casi oro, casi ámbar,
casi luz…
José Juan Tablada
(Coyoacán, 1871 - Nueva York, 1945)
Leído en Las peras del olmo, de Octavio Paz (1ª ed. 1957)
Querida mamá: estoy aprendiendo a ladrar.
Olga Novo
En un poema de Gema Palacios, publicado en Nacer en otro tiempo. Antología de la joven poesía española. Ed. de Miguel Ángel Floriano y Antonio Rivero Machina, Renacimiento, 2016.
Chien-Chi Chang (1961) es un fotógrafo taiwanés, miembro de la Agencia Magnum, establecido en Graz (Austria).
CCX
Al despertar, me rebullían las sienes
y algo me dijo restregar las legañas
«y hacia el Lucero por la senda enseguida
échate a andar». Hacia el Lucero he corrido
monte y llanura. A mediodía, sudoso,
entré en el pueblo; pero no preguntaba
dónde el mesón, sino que dónde la escuela;
ah, pero el tísico maestro casposo
nada sabía. Y otra vez al camino
hacia el Lucero. He peleado diez años;
traigo rajada la rodela de bronce,
roma la lanza. Y al caer de la noche,
sólo dos versos he leído en la arena:
«Es bueno todo lo que hagas con gracia:
no todo falso lo que digas mintiendo».
Agustín García Calvo
Más canciones y soliloquios. Editorial Lucina, 1988. En la página 7 leemos esta nota:
"A la manera que se hizo en Canciones y soliloquios, 'La Gaya Ciencia' Barcelona 1976, 2ª edición 'Lucina' 1982, se enhebran aquí cuentas recientes, posteriores a la fecha de ese libro, con otras rescatadas de las viejas; y se mantiene, como allí, el procedimiento de numerar con arábigos las que sean letras de canción, con romanos las que sirvan para soliloquios, que además se imprimen en cursiva. Siendo pues este libro continuación de aquel, llevan aquí las piezas una numeración consecutiva a las 138 de las primeras Canciones y soliloquios. Le deseo al público que también algunas de estas Más hayan acertado, a vueltas del interminable juego del lenguaje común consigo mismo, en dar con esas formulaciones que hagan palpitar a los comunes corazones y quedarse pensando "Eso era lo que yo quería decir, y no sabía cómo"; y pido disculpas por la publicación de las otras, las desacertadas, que serán las que sean propiamente mías."
Pablo Emilio Gargallo (1881 - 1934) - Kiki de Montparnasse. Bronze. 1928. Musée d'Art moderne de la Ville de Paris
Man Ray (1890 - 1976) - Kiki de Montparnasse,1930
EL COCHE DE CABALLOS
(Nostalgia de los siete años)
Un coche de caballos, lento, hacia el horizonte;
landó viejo y violeta, de caballos canela,
y en él, mi niñez triste, mirando las acacias
y los escaparates de antiguas primaveras.
Brisa en sus ventanillas y entierros bajo lluvia;
en mis manos de niño, alguna vez, las riendas,
dando a las frentes toscas de los pobres caballos
las nociones, difíciles, de derecha a izquierda.
Yo os evoco, paseos de la Casa de Campo.
Penumbras de eucaliptus, y el auto de la Reina,
del radiador dorado, cruzando silencioso;
los neumáticos blancos, dorados de hojas secas.
Y el Rey siempre de luto; lacayos; las infantas,
en fondos de Velázquez, con un mirar de inglesas;
y aquella concha rosa, con venas de arco iris,
donde bebía el agua después de la merienda.
En la Casa de Vacas, cubos llenos de espuma.
Al fondo, la casilla blanca de la guardesa,
con patos y cabras, y un vendaval de expresos,
verdes de madrugada, en sus enredaderas.
Mis hermanos ponían soldaditos de plomo
en las vías heladas, alfileres, monedas,
y el tren los laminaba, corriendo hacia unas olas
que en mi niñez de Duero imaginaba quietas.
Lagartija en el yeso de las tapias y cardos.
En el Tiro sonaban lejanas escopetas
de Marqueses, y a veces un pichón moribundo,
macizo por los plomos, volaba con tristeza.
Desde el coche veía, peonando, a los faisanes,
con la sangre enjoyada por cacerías regias,
y, allá, en las «Garavitas», entre tomillos tenues
el sol de los insectos rosaba el agua fresca.
Mi padre me contaba la historia de Don Álvaro
o el drama de Cyrano, cuando íbamos de vuelta
hacia un Madrid, caliente de acacias y faroles,
cuesta de San Vicente; jardín con centinelas.
En la plaza de Oriente, fuego en los miradores,
niños en cochecitos de burros con banderas,
y el golfo que encendía al coche los faroles
y al fondo el Real, guardando sus palcos en la niebla.
¡Oh coche de caballos de mis primeros años!
cuando aún no conocía ni el mar ni la belleza,
que cruzas mi nostalgia, trotando eternamente
con un olor de parque dormido entre las ruedas.
¿Dónde estarán tus hierros? ¿En qué plaza de toros
o en qué noria murieron tus caballos canela?
¿Y dónde está aquel niño de comunión y de oro
que hoy, en mi sangre de hombre, como un fantasma juega?
Agustín de Foxá
Maritza Qué nombre tan horrible como su
cara Pero tenía un culo que sacaba la cara por ella
Y unas tetas como papayas blanditas
que no había necesidad de tocar
Venía del mercado excitada y dispuesta
Me llevaba a un rincón y me acariciaba
lo más rápido posible Y lo mamaba
de maravilla Fantástico como diría José Barguil
Yo la quería más que a nadie El chiquito
lo tenía caliente y querendón Y
sabía moverlo como una licuadora
Después del asunto me temblaban las piernas
y al cuerpo le entraba un sudor frío
y una ganas de irse para donde mi mamá
Raúl Gómez Jattin
(Cartagena, Colombia, 1945 - 1997)
Dios. Sal de tu culpa ya pecador duro
serás de mi clemencia perdonado.
Pecador. Para el año que viene del pecado
saldré, Señor, os lo prometo y juro.
Dios. Ya se ha pasado el año, rompe el muro
de tu rebelde pecho y obstinado.
Pecador. Allá para San Juan tengo pensado
de quedar en el alma limpio y puro.
Dios. Comienza que San Juan es ya venido.
Pecador. Para Pascua pondré a mis culpas riendas
y os haré penitencia de mis daños.
Dios. San Juanes, Pascuas, y años
han corrido, pero mándote yo (si no te enmiendas)
mal San Juan, mala Pascua, y malos años
Alonso de Bonilla
(1569 - 1642)
«La belleza es un apoyo en la vida, te protege, te resguarda. Cuando la belleza falta durante mucho tiempo, la gente se vuelve agresiva y surge el embrutecimiento.»
Herta Müller
Citado por Monika Zgustova en la reseña de la obra de Müller, Mi patria era una semilla de manzana. Traducción de Isabel García Adánez. Siruela, 2016, El País (17-1-2017) .
Retráete atrás a la noche,
tu patria y tu cuna,
aunque el alba de antaño
no vuelva nunca.
Rafael Sánchez Ferlosio
Citado por Avelino Fierro en Ciudad de sombra, Eolas Ediciones, 2015
Georg Schrimpf (1889 - 1938) - Lesende am Fenster, 1925/26, Mannheim. Kunsthalle
LOS LIBROS MUERTOS
Mi padre, cuando yo era niño, compraba libros, los hojeaba vagamente y los guardaba luego en la biblioteca que teníamos en el salón mientras repetía una frase ritual: "Para la jubilación". Yo crecí creyendo, así, que los libros eran uno de esos tesoros que se van acopiando poco a poco para ser gastados luego con paladeo. Crecí creyendo que la recompensa que traía la vejez era ésa: la placidez de un tiempo interminable en el que poder leer.
Cuando por fin se jubiló, mi padre no leyó ninguno de aquellos libros, pues algunos hábitos necesitan adiestramiento. Yo, sin embargo, seguí creyendo que en la edad provecta encontraría ese paraíso: días sin fin ocupados con la lectura. Hasta los treinta años estuve convencido de que, salvo que muriera joven, tendría tiempo a lo largo de mi vida para leer todo lo que me interesaba. Por eso gastaba mucho dinero en comprar libros que no podría leer de inmediato pero que, en esa jubilación dorada o en alguna vacación, tendría ocasión de disfrutar.
Luego empecé yo mismo a publicar libros, a conocer a escritores y a tener tratos con editoriales de todo pelaje. Comenzaron a llegarme a casa novelas, ensayos, volúmenes de cuentos y tomos misceláneos que había que sumar a los que yo seguía comprando meticulosamente. Y llegó un momento en el que me di cuenta de que, como muchas otras cosas cardinales, aquel asunto tenía una formulación dolorosamente matemática. A causa de mis obligaciones laborales, de los tratos con amistades y familia, de mi pasión por el cine y del desafuero de la vida urbana, solía leer al año entre 40 y 60 títulos. En ese mismo periodo, mi biblioteca, haciendo números redondos, se engrosaba con unos 250, de los cuales me apetecía leer al menos la mitad. Es decir, que cada año mi saldo negativo engordaba en 75 libros, a los que yo de vez en cuando acariciaba el lomo diciendo: "Para la jubilación".
A los cuarenta años me hice construir en mi dormitorio una pequeña biblioteca para acoger los libros pendientes, pero se llenó enseguida. A los cuarenta y tres, aprovechando una mudanza, me hice fabricar otra con muchas más estanterías y purgué los títulos con un criterio exigente: guardé allí sólo aquellos por los que sentía verdadero deseo y trasladé a la biblioteca ordinaria o regalé los que habían dejado de interesarme poderosamente. Redoblé además el rigor con el que abandonaba a medio leer los libros que no me seducían lo suficiente, procurando así vaciar con mayor rapidez los estantes hacinados. A pesar de todos mis esfuerzos, sin embargo, siguieron llenándose sin remisión.
He calculado que a este ritmo llegaré a la edad de jubilación con 2.000 libros pendientes de lectura. Suponiendo que viviera veinte años más con buena salud y que el ritmo de engordamiento anual de mi biblioteca fuera en ese tiempo menor (descartados ya los clásicos), debería engullir unos cuatro libros cada semana para morir en paz literaria, todo ello sin darme ocasión a releer ni una sola página. Es decir, debería dedicar mi vejez a leer sin desfallecimiento, obsesivamente, lo que resulta una tarea imposible y desagradable. Por eso cuando entro cada día al dormitorio y me paro frente a los anaqueles a mirar los libros sin abrir, veo las sombras de la muerte. Trato de averiguar cuáles de aquellos volúmenes mansos irán quedándose allí año tras año. Qué personajes o qué aventuras. Qué palabras del laberinto. -
Luisgé Martín
(Babelia, 29-3-2008)
Fundação Gulbenkian - [Biblioteca Itinerante n.º 006 (Lagos)] Leitora
Fotógrafo: [s.n.] [s.l.], [s.d.] Arquivos Gulbenkian
Dos fotografías de Pedro Ribeiro Simões - Joven leyendo. LX Factory, Alcântara, Lisboa, 2013 + Leyendo. Alto dos Moinhos, Lisboa, 2014